América: menage a
trois sobre la mesa
Taller de cocina caribeña
Mucho se ha escrito sobre las influencias mutuas entre Europa y
América en los asuntos de comer. Y, casi siempre, analizado desde una visión
botánica, zootécnica, histórica o antropológica. Sin embargo la alquimia
ocurrió en las cocinas modestas movida por la necesidad y con la única
herramienta científica del sentido del gusto.
La historia de la gastronomía es muy similar a la de cualquier otro
aspecto de la cultura de los pueblos. Un proceso gradual de acumulación de
conocimiento a través de los
encuentros entre de las distintas civilizaciones. Por eso, el Mediterráneo
contribuyó mucho a la primera globalización facilitando el contacto entre Europa,
Asia y África en su papel de piscina comunitaria.
Pero América,para bien o para mal, estuvo sola mucho tiempo. Fue
un continente aislado de
influencias exteriores durante 15 siglos y con apenas relación entre el norte y
el sur –la patata sólo se conocía en los Andes–. Pero, de pronto, recibe el
choque brutal de una civilización que acumulaba el conocimiento de otras
muchas, durante los 25 siglos anteriores.
Y esa primera cita de los dos mundos se produce en una pequeña isla del Caribe tras un viaje de 30 días desde las Islas Canarias. El encuentro fue cualquier cosa menos
romántico ya que las motivaciones del incierto viaje están muy relacionadas
con el arte de comer. La
expedición española buscaba una nueva ruta, más corta, hacia la tierra de la
canela, el clavo, la pimienta y la nuez moscada para poder competir con los
genoveses y venecianos. Y cuando creyeron haber llegado a su destino, no se
podían imaginar que, en las nuevas tierras, no iban a encontrar precisamente
esas especias. Sin embargo lo que se encuentran cambiará por completo la forma
de comer del mundo.
Los nuevos productos americanos revolucionan en poco tiempo las
cocinas europeas así como su vocabulario gastronómico. Y ese gran cambio se
produce con poco más de una decena de productos genuinamente americanos: maíz, patata, tomate, pimiento, cacao, tabaco, aguacate, piña, chile y pavo. Claro que hay muchos más, pero
son estos los que, de verdad, dan un giro importante a la cocina medieval
europea y acaban siendo globales.
Por el lado americano, la influencia recibida fue aún de mayor calado
ya que los colonizadores, como siempre ha ocurrido, impusieron por la fuerza
una gran presión cultural cuyo resultado final fue un mestizaje muy asimétrico.
Y, como ya se ha dicho, la civilización colonizadora ya era mestiza. La más
mestiza de todas las europeas. Llevaba
25 siglos siendo el crisol de lo europeo, asiático y africano. Uno de
los mayores mercados de genes vegetales y animales. Racionales e irracionales.
Tras el encuentro, la despensa y la cocina americana se enriquecen, no
sólo con la triada mediterránea, olivo, vid y trigo. Les acompañan otros
cereales cómo cebada, avena y centeno.
Además del arroz, la caña de azúcar y el café. Las legumbres básicas
para los guisos y mazamorras, como los garbanzos, habas y lentejas. La sección
de complementos hortícolas: cebollas, ajos, lechugas, berenjenas, nabos y
zanahorias. Sin olvidar las frutas euroasiáticas: higos, melocotones, cerezas,
naranjas, limones, limas, sandías y melones. Y todo aderezado con tres especias
mediterráneas que hoy son globales: cilantro, perejil y cominos.
Pero la mayor novedad llegaba con el nuevo concepto de explotación
ganadera de especies desconocidas en América: vacas, cerdos, ovejas, cabras,
gallinas, caballos, mulos y burros. El fácil y continuo acceso a productos como
huevos, leche, queso, mantequilla y manteca produjo una verdadera revolución en
las cocinas americanas.
Aunque en América se conocía perfectamente el recipiente tanto
cerámico como metálico, resulta nueva la utilidad de la olla como centro del
hogar, como máquina maravillosa para mezclar sabores vegetales y animales en
agua y con un termostato incorporado, es decir con la garantía de que los
alimentos no van a ser expuestos a más de 100ºC. Las ollas, pucheros y cocidos
españoles se transforman rápidamente en ajiacos, sancochos y guisos distintos
en cada pueblo americano.
Todo ello, junto a la irrupción de una grasa líquida que permite los
fritos y algunas nuevas técnicas
de conservación de alimentos como el escabeche y los embutidos, produjeron una
cocina criolla conceptualmente muy cercana a la española , pero enriquecida con
la gran variedad de productos americanos.
Y a todo esto hay que añadir la gran influencia de los esclavos
africanos que llegaban en los barcos negreros españoles. Los plátanos y sus
tostones fritos, el ñame o malanga, el arroz blanco mezclado con casi todo, la
gallina de Guinea y el gusto por los postres extremadamente dulces fueron
algunas de las aportaciones de África a las cocinas del caribe.
Cartagena de Indias se convierte en la primera olla donde se cuece el
primer cocido mestizo, el primer menage a
trois americano, español y africano. Más tarde, la maravillosa cocina
peruana suma a éstas, las influencias chinas y japonesas. Y México, es un caso
especial ya que asumió los mismos productos y técnicas que llegaban con los
pálidos barbudos pero integrándolos en la sofisticación culinaria azteca para
crear una de las cocinas más
brillantes del mundo.
Palabras como alfajor, alboronía, almojábana, bienmesabe, bizcocho, bollo, buñuelo, caspiroleta, chicharrón, empanada, jalea, mazamorra, mondongo, lechón, lechona, potaje, caldero, guiso, revoltillo, torta, sancocho y muchas otras nos llevan a pensar en comidas
latinoamericanas cuando, en realidad, se trata de platos habituales en las mesas españolas del siglo
XV. Pero hoy los consideramos criollos.
Y sabemos que la fusión europeo-americana se produjo en muy poco
tiempo. El choque de trenes cultural produjo una fusión francamente rápida, a
diferencia del lento mestizaje culinario ocurrido entre las civilizaciones
europeas, árabes y asiáticas. La fusión americana es tan reciente que aún se
pueden analizar y diferenciar claramente las influencias de las distintas
cocinas.
Cuesta pensar que antes del choque no podían existir platos como la
colombiana bandeja paisa de la foto o el venezolano pabellón ya que el arroz, el plátano,
el chorizo, la carne molida, el huevo de gallina y el chicharrón sólo existían
en una de las orillas del Atlántico y el aguacate, los fríjoles y las arepas en
la orilla opuesta. Ahora bien, resulta casi aterrador pensar que, sin la fusión
gastronómica, hoy el gazpacho andaluz, el chorizo, la tortilla de patatas o el
chocolate con churros no formarían parte del menú de los españoles.