martes, 28 de junio de 2011

Gazpacho





Hasta hace poco más de 50 años,  sólo disponíamos del mecanismo del botijo para poder comer o beber algo fresco en el campo y el gazpacho  primigenio se aprovechó de este invento para conseguir su objetivo. Ser un plato refrescante y, a la vez, energético.

Este plato, además, representa a la perfección el paradigma de la alimentación mediterránea a través de sus tres componentes básicos: trigo, vid y olivo.

Desde siempre se supo que el acido acético del vinagre potenciaba el efecto de frescor del agua. El primer refresco de las zonas mediterráneas fue un vino avinagrado rebajado con agua. Es decir, un mal tinto de verano. Las legiones romanas ya utilizaban una bebida similar, la posca.

Para pasar de un refresco de agua avinagrada a un gazpacho primitivo sólo  faltan  ajo, un poco de sal y unos trozos de pan duro mojados en aceite. Los segadores andaluces se ponían en marcha mucho antes que el sol  y  hacían  una parada para reponer fuerzas cuando este ya empezaba a molestar. Necesitaban algo que les hidratara, repusiera fuerzas suficientes para seguir un par de horas más y les refrescara por dentro. Y, por supuesto, que se pudiese preparar allí mismo y de manera sencilla.

El kit  de un gazpacho de segador cabía en el morral: pan duro, aceite y vinagre en recipientes hechos de astas de buey con tapones de corcho, sal y agua fresca de botijo o botija. Normalmente le añadían ajo para darle sabor. A esto se le  unían otros productos accesibles como  cualquier hortaliza, frutas, frutos secos etc.

El gazpacho lo solía hacer un especialista  para toda la cuadrilla. En un cuenco de madera de encina se majaban ajos con la miga de pan, emulsionando con el aceite de oliva y la sal.  Se completaba añadiendo agua fresca a la masa obtenida. Al líquido  resultante se le solían añadir trozos de pan y complementos como frutos secos, higos, uvas o las hortalizas de temporada.

Un fósil vivo del primitivo gazpacho es el cojondongo extremeño. Una bebida típica en Tierra de Barros que aún  se sigue haciendo con más o menos sofisticación.

El gazpacho de tomate fue un maravilloso invento del siglo XVI. Hacia finales del siglo  empezó a verse, por tierras sevillanas y gaditanas , una hortaliza extraña con fama de venenosa en algunas zonas de Europa, que venía de las colonias americanas. Era una planta fácil de cultivar y de gran producción a la que llamaban tomate. Y me parece muy sugerente suponer que un cocinero de la época, atrevido y  esnobista, lo utilizó por primera vez para hacer el primer gazpacho de tomate. Seguro que tuvo muchas críticas de los puristas, que nunca faltan.

La evolución y diversificación regional del plato hacen que esta maravillosa sopa fría tenga tantas recetas. Tiene una extraña perfección nutricional. Aporta los  hidratos de carbono y proteínas del pan junto a la grasa vegetal más adaptada a la alimentación humana que existe. Es una auténtica bomba de vitaminas y minerales y, además, refresca y produce bienestar.

En la red tenemos múltiples recetas de gazpachos, pero el más conocido internacionalmente es el andaluz . Una variante muy interesante es el extremeño  en el que se emulsiona el aceite con yema de huevo duro e incluso cruda como he visto hacer alguna vez.  Pero cada región y casi cada pueblo del sur de España tiene su propia receta de gazpacho.

Las grandes preguntas: ¿con o sin cebolla? ¿con o sin pan? ¿con o sin pepino?¿le ponemos un toque de comino?¿lo colamos?¿ huevo?...Todas las respuestas posibles son válidas.

La explosión de técnica y creatividad gastronómica que estamos viviendo en España, ha producido múltiples variaciones en este plato tradicional. Son los gazpachos de frutas como los de fresa, sandía, melocotón, frambuesa o cereza. Los  salmorejos,  variación más contundente del gazpacho, de remolacha, calabacín o aguacate. Los ajoblancos de coco, de piñones o de pistachos. Los ingredientes son muy accesibles y la técnica bastante fácil.

Aprovechemos el verano para inventar el nuestro. El mejor gazpacho del mundo será aquél   que más nos guste.

viernes, 17 de junio de 2011

Verdinas con marisco






Las verdinas son un tipo muy especial de alubias que se producen en el Valle de Ardisana en el concejo de Llanes en Asturias. Pequeñas, de color verde y muy finas de textura y de sabor, son las alubias más caras del mercado. Su suavidad y su perfecto acoplamiento con pescados y mariscos, han hecho que  su demanda haya crecido de forma exponencial en los últimos años.  Por esta tenemos que tener cuidado con algunas impostoras de aspecto similar, pero que no alcanzan la calidad de las auténticas.

Como casi todas las alubias que consumimos actualmente, proceden del género Phaseolus vulgaris, originario de América. En Europa se consumían, antes del siglo XVI, otros tipos de leguminosas de grano  de las que hay referencias históricas romanas y griegas y de las que, prácticamente, sólo quedan las carillas.

Las verdinas, por su delicadeza, van perfectas  acompañadas de cualquier marisco e incluso se utilizan mucho en ensaladas. En este caso las he cocinado con unos gambones, pero también las he probado con bogavante y con almejas.

 En cualquier caso, la técnica siempre es la misma.:

Se cuecen las verdinas aparte,
Se prepara un caldo con todo el sabor del marisco y
Se mezcla todo con un hervor final de pocos minutos.

Verdinas.

Una vez hidratadas por las 12 horas reglamentarias en  remojo, se ponen a hervir a fuego lento con el agua suficiente para cubrirlas. Las acompañamos de una cebolla partida en dos mitades, una hoja de laurel y un chorrito de aceite de oliva virgen. Cuando empiezan a hervir, se añade un poco de agua fría para  detener el hervor. Esto es lo que se llama asustarlas  y lo hemos de hacer tres veces. Durante la cocción , vamos añadiendo agua cuando sea necesario. Una vez que estén tiernas se retiran del fuego. El tiempo que habrán tardado depende de tantas variables, que lo mejor es estar pendientes y probarlas. Lo normal estaría entre una hora y media y dos. Deben quedar tiernas y con poco caldo.

Mariscos.

En este caso utilizamos gambones. Los pelamos y reservamos las colas limpias. Las cabezas y las cáscaras las salteamos en una olla con aceite de oliva. Cuando empiezan a estar doradas, ponemos agua y hervimos unos quince minutos. Trituramos todo y colamos, obteniendo un caldo con un sabor muy concentrado. Esto es válido para cualquier crustáceo. Si se trata de almejas o cualquier otro molusco, utilizamos la receta de almejas a la marinera .

Final

Añadimos el caldo de marisco a las fabes, corregimos de sal y hervimos  unos 10 minutos. Por último, añadimos las colas de los gambones,  tapamos y apagamos el fuego. 

En el caso de los moluscos, se mezclan las fabes con las almejas a la marinera y se dejan hervir juntas unos cinco minutos.

Sólo me queda comentar que podemos utilizar esta receta con cualquier alubia blanca o canela, cuando no sea posible encontrar verdinas.

Dada la suavidad de la verdina, es perfectamente factible como entrante en una cena, sirviendo media ración. Un postre con yogur va a facilitar mucho la digestión.


lunes, 6 de junio de 2011

Pepinos españoles



Nadie podía esperar que los pepinos españoles y la bacteria  Escherichia coli  pudiesen llegar a compartir primeras páginas de medios de todo el mundo. Y todo porque, mientras unas E.colis transgénicas y asesinas hacían de las suyas en Hamburgo,  los laboratorios se fijaban en unas inocentes E.colis de toda la vida que, recién liberadas del aparato digestivo de algún mamífero alemán, se divertían cabalgando unos pepinos españoles. Y, lo peor, es que todavía no se ha logrado encontrar el nido las E.colis hamburguesas, ni cómo eliminarlas. No sería descartable que sean producto de un experimento de “cortar y pegar” y se hayan escapado de algún laboratorio por el desagüe. 

Pero como estamos en un blog gastronómico, aprovechemos la dramática  actualidad para hablar de esa maravilla de la huerta y de sus productores españoles  a los que se ha tratado injustamente. Como siempre, se ha intentado matar al mensajero.

Mi primer recuerdo del sabor del pepino se remonta a los veranos eternos de mi infancia en Extremadura. Y lo recuerdo en tres platos. Una ensalada de pepino, tomate, pimiento y cebolla, que se servía como aperitivo y a la que en casa de los abuelos llamaban “pisto”, el gazpacho de toda la vida y un postre muy sencillo de pepinos con miel, que no he vuelto a ver y que mi abuelo tomaba casi todas las noches.

Aquellos pepinos olían de una forma que no he vuelto a sentir y, estoy seguro, su piel estaría ocupada por  millones de E.colis de todos los colores pero que desaparecían al lavarlos y pelarlos . Y si no desaparecían, parece que tampoco pasaba nada. El sistema inmunológico de nuestra generación debe estar perfectamente entrenado para convivir con estos vecinos.

Esta cucurbitácea  es tan universal que ya nadie se acuerda de donde procede. Parece que su origen está en las zonas tropicales de la India. Llegó a Europa y de aquí pasó a América durante la conquista. Hoy se puede encontrar en cualquier lugar del mundo y en cualquier época del año.

Es una fuente aceptable de vitamina A y C, pero no destaca por su contenido en minerales. Sí es rico en potasio. Tradicionalmente se le han atribuido beneficios para la piel y es por  su contenido en vitamina E y por su gran capacidad humectante. Por ello forma parte de muchas cremas y mascarillas faciales.

Tres tipos: El español de tamaño corto y piel rugosa; el francés, de tamaño medio y con piel lisa o espinosa y el holandés, que puede alcanzar tamaños de 25 cm,también de piel lisa.

Hoy tenemos acceso a ellos todo el año gracias a los cultivos en invernaderos y a un tipo de producción que se parece más a la industria que a la agricultura. Hemos perdido algo de sabor pero podemos hacer gazpachos todo el año. De todas formas está creciendo el cultivo ecológico que nos devuelve un poco a aquellos pepinos con más aroma y, probablemente, más E.colis en su piel.

Aparte de formar parte en múltiples ensaladas, creo que, de todos los platos en los que participa el pepino, sólo dos se pueden clasificar como geniales, una crema y una salsa:  gazpacho español y  tzatziki griego


Cada región y casi cada pueblo tienen su propia receta de gazpacho. En el enlace podéis ver algunas. Pero, como síntesis de todas ellas, me gustaría destacar la que hace suya el considerado mejor cocinero del mundo, Ferran Adriá, y la copio de forma literal.

Triturar en la batidora 3/4 k de tomates maduros, 1 pepino, 1 pimiento verde, 1 ajo, 2 cucharadas de aceite de oliva virgen, 1 chorrito de vinagre y sal al gusto. Colarlo y meterlo en la nevera, bien tapado para que no coja olores, hasta que enfríe, ya que la clave del gazpacho es tomarlo bien frío.


Receta griega que, con algunas variantes,  aparece en otros países cercanos como Turquía, Siria y Líbano.

Es una salsa que puede tomarse sola  o como acompañamiento de ensaladas, pescados e incluso carnes.

Pelar y rallar un pepino, ponerle un poco de sal y dejar escurrir en un colador. Picar un ajo de la forma más fina que podamos.

En un cuenco, batir un yogur griego con el pepino , el ajo, aceite, sal, un poquito de pimienta y, muy importante, unas hojas de menta o hierbabuena picadas. Quedará como una crema. Servir fría.